martes, 17 de septiembre de 2013

SUEÑOS ROTOS

Saco de huesos, le llamaste... Y sonó cariñoso y cómplice. El levantó los ojos un segundo, lo suficiente, nuestras miradas se encontraron y lo entendí todo, lo supe todo. Seguimos los cuatro sentados en aquella terraza que hasta entonces siempre había sido el preámbulo de unas horas de loca diversión, pero ya sólo hablabas tú. Había algo de sentimiento de culpa en el silencio de los otros dos, un mucho de dolor en el mío, pero aún no sé qué había en tu verborrea ni en el estruendo de tus carcajadas. La noche continuó porque no fui capaz de detener el tiempo, de retroceder y encontrar el momento en el que tú y yo perdimos lo que tuvimos. El punto en el que el cual abrimos las puertas a la mentira. El instante que justificó el inicio a mis espaldas de algo que en otro tiempo no hubiera necesitado ser clandestino ni traicionero. Saberlo y callar, que lo supieseis todos y callar, me hizo sentir estúpido... Los frenos de mi corazón, que nunca antes me habían fallado, esta vez chirriaron inútiles e incapaces de sujetar un amor ingenuo y desbocado, lanzado sin miedo contra el muro de la realidad. El choque tremendo esparció mis piezas en un radio tan grande que armar de nuevo el puzle que soy, hubiera necesitado demasiado tiempo, demasiado esfuerzo como para merecer la pena. Mejor idea fue pasar la escoba y olvidarse de que un día fui. Alguna vez, tarde o temprano, todos acabamos volviendo la vista atrás. Me gustaría ver tu cara en ese instante y confirmar tu sonrisa. Pero nunca podré hacerlo, encontré mi lugar y ya soy un cadáver más de los que siembran las cunetas de tu camino.