Me gustaba seguirla,
conocía sus rutinas,
sus secretos
y todos sus zapatos.
Caminaba como una equilibrista
por un alambre invisible
moviendo el culo por bulerías.
Un, dos,
un, dos, tres,
cuatro, cinco, seis,
siete, ocho, nueve, diez...
Y yo quería ser su red cuando cayese,
y el palmero que cuidase su compás,
y la funda de su cuerpo de guitarra.
Soñaba con ella cada noche.
Yo tenía doce años
y ella los mismos que mi madre.