Tenía los pechos enormes
y los pies preciosos,
sabía mirar y andar
y qué manera de andar
y de mirar...
Vestía muy bien
pero se quitaba la ropa
como ninguna.
Los peregrinos hacíamos fila
para beber de la fuente
que tenía entre las piernas.
Acabamos conociéndonos
y saludándonos,
y los pies preciosos,
sabía mirar y andar
y qué manera de andar
y de mirar...
Vestía muy bien
pero se quitaba la ropa
como ninguna.
Los peregrinos hacíamos fila
para beber de la fuente
que tenía entre las piernas.
Acabamos conociéndonos
y saludándonos,
como si tal cosa,
por nuestros nombres
de mentira.
Yo siempre aprovechaba mi turno
para recordarle cuánto la quería
y ella me decía que yo era distinto
al resto de sus devotos.
Y yo la creía...
Una vez, además, le confesé
que soñaba que era para mí sólo.
Me llamó egoísta, celoso
y me mandó al final de la fila.
Aquella tarde de octubre
decidí dejarme morir
de sed.
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