jueves, 19 de febrero de 2015

DEVOTO

Tenía los pechos enormes
y los pies preciosos,
sabía mirar y andar
y qué manera de andar
y de mirar...

Vestía muy bien
pero se quitaba la ropa
como ninguna.

Los peregrinos hacíamos fila
para beber de la fuente
que tenía entre las piernas.

Acabamos conociéndonos
y saludándonos,
como si tal cosa,
por nuestros nombres
de mentira.

Yo siempre aprovechaba mi turno
para recordarle cuánto la quería
y ella me decía que yo era distinto
al resto de sus devotos. 

Y yo la creía...

Una vez, además, le confesé
que soñaba que era para mí sólo.
Me llamó egoísta, celoso
y me mandó al final de la fila.

Aquella tarde de octubre
decidí dejarme morir
de sed.

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