Los días eran larguísimos. Cenábamos filetes y gintonics y aún lucía el sol. Habíamos cruzado la ciudad regateando coches y peligros, haciendo ronronear el V2 unos decibelios por encima del estruendo general.
Los semáforos eran para los te quiero y para soltar el manillar y acariciar tus piernas.
Apenas hablé, apenas comí, aún sentía latir tu corazón pegado a mi espalda.
- el cine!!!
Corrimos de la mano y cuando nos sentamos hacía rato que habían apagado las luces. Yo lo pensé y tú lo dijiste.
- te das cuenta? Ya no sólo follamos, también vamos al cine.
Apoyaste tu cabeza en mi hombro y te dormiste. La peli era muy triste, de carretera y rock and roll y el protagonista era el premio Nobel del fracaso.
Cerca de mí una mujer lloraba desconsolada, yo también lo hacía pero por motivos bien distintos.
Elvis murió, se encendieron las luces y tuve que despertarte.
Esa noche no follamos, me acurruqué a tu lado y me inventé un final feliz para la película.
- qué bonito, dijiste.
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